Everyldo Gonzalez

Por: Everildo Gonzalez Alvarez

En el Instituto de Neurología y Neurocirugía, se tenía la buena costumbre de que un grupo de especialistas ven a un paciente, el grupo que me veía era de ocho doctores, siete que diagnosticaban que no volvería a caminar, algunos mencionaron que no viviría---una doctora mencionó que no pasaría la noche---, solo uno consideró que era posible que una medicina me pudiera hacer bien, se llamaba o se llama Azul de Prusia, fue difícil encontrarlo cuando mi familia le dijo al doctor que confiaban en él, lo encontraron en polvo y compraron cápsulas y las llenaron de ese bendito polvo. La función del medicamento, según explicó el Doctor era que recorrería el organismo y si mi mal había sido producido por un metal tóxico, ese metal se adhería al polvo y mi organismo lo eliminaría.

 

Lo que más deseaba y pedía, era que los dolores disminuyeran los dolores, las manos las sentía como si me las estuvieran quemando y los pies con dolores intensos A los pocos días empecé a tener leves mejorías, los dolores-ardores en las manos disminuyeron lo mismo que en las piernas y en los pies. Ya para entonces tomaba muchos medicamentos, creo eran más de 20 al día. Los ahorros se acabaron, pero eso no importaba, primero era vivir y después lo material

 

Los días pasaban en el hospital y la leve mejoría continuaba, la idea de que mi mal lo hubiera producido un virus quedaba en segundo plano, pero virus o metal tóxico, lo que fuera había producido un terrible daño en el sistema nervioso central, un ataque a la médula espinal con graves consecuencias. Decían que si hubiera sido un virus, éste su vida es de 17 días, muchos para estar afectando la médula espinal. Los dolores disminuían, pero algo más se apoderaba de mi, pensar en la situación de mi familia. Luis hace una pausa, recordar le afecta, se le nota triste….

 

Del grupo de médicos que me veían, cuando vieron que empezaba a reaccionar, principalmente una doctora dijo, que el daño a la médula espinal estaba hecho que no se regenera, que la afectación a mis extremidades superiores e inferiores seguiría, alguno por ahí mencionó que si volviera a caminar lo haría después de algunos 8 años, con férulas y apoyado en andadera, pero que no era seguro, las probabilidades eran prácticamente nulas. Para ellos---para mi también--- en esos momentos era que se me quitaran los intensos dolores. Con los medicamentos aminoraron nada más. No sé si me sedaron porque hablaban como si no estuviera yo ahí.

 

Ante mi leve mejoría, se me envió a la casa pero tenía que ir diario a rehabilitación, era indispensable ante el atrofiamiento de las extremidades. Los dolores, aún cuando ya un poco menos intensos continuaban---nunca me han abandonado, me siguen a pesar de que han pasado 37 años---eran en extremidades inferiores y superiores.

 

Después de 17 días me llevaron a la casa, ya no vivíamos en Yácatas sino en el Sur del D.F. en el fraccionamiento Los Girasoles, meses antes había comprado un departamento que, estando ya en el hospital, lo entregaron. El problema es que el departamento estaba en el tercer piso, y como me tenían que cargar era difícil. Ya para entonces había bajado 20 kilos y una tremenda depresión se apoderó de mi. La mayor de mis hijas tenía 4 años, y 1 la menor, mi esposa no sabía andar en la ciudad y todo se dificultaba y yo pensaba qué iba a pasar con mi familia, mi salud, el dinero. La depresión me afectó y me tumbó, más medicamentos y ni modo.

 

En el departamento me la pasaba en la silla de ruedas, procuraba entretenerme en algo, escuchar música me ayudó, un leve alivio para tantos problemas.A mis hijas no las podía abrazar y eso me dolía, me afectaba, ya más leves los dolores, pero no me dejaban, no se alejaban. En la UNBAM me siguieron pagando y eso ayudó porque al no atenderme en el ISSSTE, los medicamentos los teníamos que comprar.


Unos días después de haber regresado, empecé la rehabilitación, no sabía para qué si todos aseguraban que no volvería a caminar. Era lamentable mi situación, recordaba cómo había entrado a Auditoría Interna en la UNAM y lo pronto que fui subiendo de puestos, no por influencias sino por eficiente. Recordaba lo sano que siempre había sido, lo bueno que era en el basquetbol, en las carreras, era muy sano y cómo de pronto sentado en una asilla de ruedas sin siquiera poder mantener un vaso, la cuchara para comer, ni lavarme la boca, todo se me caía--- a la fecha las cosas se me caen---- me tenían que bañar, que cambiar de ropa, una dependencia casi total.


Ahí estaba yo, al que nada se le dificultaba, el que todo lo hacía fácil, aquel que tanta pobreza había padecido y que cuando iba en ascenso---tenía el ofrecimiento de una dirección en la entonces Secretaría de Programación y Presupuesto---, llegaba un impedimento llamado polineuritis y ese promisorio futuro, ya no era posible.


Mi hermana Virginia se hizo cargo de mi, me inyectaba cuando era necesario o me llevaba a las citas médicas y por supuesto, a la rehabilitación. Mi esposa a atender a mis tres hermosas hijas.

Siempre he gustado de la música en general, un tiempo después de llegar a la Ciudad de México, en las noches dejaba el radio prendido y ya en la mañana al iniciar transmisiones la estación XEDF, El Bolero de Ravel es con la que iniciaban. Los discos de Selecciones no faltan en mi colección y en fin, tengo música al por mayor ya sea de intérpretes de la canción ranchera---Amalia Mendoza, Lola Beltrán, José Alfredo Jiménez, Cuco Sánchez, La Consentida, Lucha Reyes y la lista es larga---, también baladas, en inglés---de los años 50, 60, 70 principalmente---y no me falta la música clásica —es la que más escucho. Música y la lectura son mi pasión, una buena colección de libros se ven en toda la casa.

 

Iba a la rehabilitación, ahora creo que no porque hubiera esperanzas de volver a caminar, sino para no empeorar, las posibilidades de caminar, prácticamente eran nulas. Las consecuencias de la polineuritis me llegaron pronto, hipersensibilidad en algunas partes del cuerpo, principalmente en las manos y los pies, esto que en algunas partes siento de más, un ligero raspón me duele como si hubiera sido muy grande, el agua tibia la siento como si estuviera caliente y así, pero también me quedó insensibilidad en algunas partes del cuerpo, o sea no siento y ésta es en más partes que la hipersensibilidad, una vez me encajé un clavo , traspasó el zapato y se introdujo al pie, nada sentí y me di cuenta al irme a bañar y ver el sangrerío en el zapato y el calcetín, en las manos me quedó todo un descontrol, necesito ver que es lo que tomo, lo que voy a agarrar para saber que es, si volteo hacia el lado contrario de donde está lo que voy a asir, no sé qué es, pero además, perdí fuerza, no puedo cargar y las cosas continuamente se me caen de las manos, así sea una taza, un plato, una cuchara, es un problema cuando voy a un restaurante que en el suelo se queda comida. Me fue complicado ese tiempo de la insensibilidad que la sigo teniendo pero ya acostumbrado a ella, aunque a veces aún me hace renegar, pero ya la tengo bajo control.

 

Claro que con el tiempo he podido corregir algunas cosas de la insensibilidad, como el tomar una taza, un vaso, el lapicero para escribir---prácticamente tuve que volver a aprender a escribir, claro que hay ocasiones en que ni yo mismo entiendo lo que escribí, y para el teclado de la computadora me la ingenié y pude usarlo aún cuando solo uso dos dedos y las dos manos para el ratón---con una sola no puedo usarlo----.


Continuará

evgonal@yahoo.com.mx 3512787962

 

 

 

 

 

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