Everyldo Gonzalez

Por: Everildo Gonzalez Alvarez

La familia de Everegildo era muy pobre, Luviana su esposa en ocasiones tenía que trabajar para alimentar a sus hijos, dos hermosas niñas y un hombrecito que ya frisaba los once años. La vida había sido cruel con ellos pues por más que trabajaban, lo que ganaban no se veía reflejado en tener mejores condiciones de vida y vaya que trabajaban con ganas . Algunos años vivieron en una casa de láminas de cartón allá por las afueras de la ciudad chonguera de Zamora, por el Oriente, las incomodidades eran muchas, pero los niños acostumbrados a no tener comodidades, en eso no se fijaban, ellos ahí jugaban y en algo se entretenían. Cuando Luviana trabajaba, el dinero lo dedicaba a comprar alguna despensa y el restante lo guardaba bajo el colchón para juntar y ya luego dedicarlo a mejorar la casa. Ya con lo que su esposo ganaba completaban para lo necesario y así fueron haciendo bardas de material hasta que ya después de varios años pudieron ver que su casa ya nada tenía de lámina, toda era de material, Everegildo dedicaba ratos a ir construyendo, esto cuando no llegaba muy cansado del trabajo. Claro que faltaban cosas como algunas ventanas y una puerta y el baño.

 

El hijo de ellos llamado Ruperto, ya cuando cumplió los quince años, unos amigos lo invitaron a irse a Los Estados Unidos, otros que allá se encontraban ya les tenían trabajo así es que consiguió el dinero que necesitaba para pagar al pollero, y se fue con la ilusión de trabajar duro y mandar dólares a sus papás para que terminaran de arreglar la casa, que comieran mejor y, también quería que sus hermanas estudiaran y anduvieran mejor vestidas y en fin, para que tuvieran mejores condiciones de vida, esa era su gran ilusión. Había aprendido de jardinería, algo de fontanería también sabía y, sus amigos le decían que con lo que sabía, allá ganaría buen dinero.

 

Ya en el vecino país, el joven se dedicó al trabajo que sus amigos le habían conseguido, de jardinería en un parque de San Diego en California. Gustoso se puso a trabajar y los dólares empezaron a llegarle.

 

Como Ruperto no tenía vicios y era muy trabajador, el dinero que ganaba le rendía y pronto empezó a mandar dólares a sus papás . Antes de partir les había dicho que con el dinero que recibieran primero compraran lo necesario para comer y vestir y que con lo que sobrara arreglaran la casa, entre otras cosas que pusieran piso y que la fachada de la casa la enjarraran y luego la pintaran para que se viera bonita, y que además compraran un colchón y cobija y que arreglaran el baño..

 

Pues sí, Ruperto empezó a mandar dinero y Everegildo hizo una lista de lo más necesario, no faltaron vestidos nuevos para las dos hijas, Viviana ya de trece años se sentía reina y fue a presumir su vestido a las amigas y Lucinda hasta lloró de la emoción de verse con, por fin, un vestido nuevo, siempre las dos habían vestido ropa usada que les regalaban. Vaya que las jovencitas estaban de buen ver y con esa ropa, mejor se veían.

 

Pero también Everegildo se abocó a arreglar la casa y ya después del interior, por fin determinó que era momento de que la fachada fuera bien enjarrada y luego pintada tal como su hijo quería, por lo que esperó al siguiente envío de dinero y ya luego compró materiales y se dedicó a dejar bien lo que él podía hacer. No sabiendo pintar fue y contrató el servicio y encargó al pintor que él comprara la pintura, de una buena para que no fuera que a las primeras lluvias se descarapelara ,.

 

Pues un buen día la fachada estaba reluciente, les habían dicho que algunos colores estaban de moda y que de acuerdo a las características de la fachada, el melón combinado con un cierto café quedaría muy bien y así se hizo y vaya que la casa se veía bien, vaya hasta elegante y, la familia irradiaba felicidad. Como suele suceder, Luviana, por la tarde, se fue a darle rienda suelta a la plática y claro que el tema fue la pintada de la fachada y, hasta llevó a sus amigas a que la vieran.…

 

Unos pocos días después, la alegría que a la familia le había dado ver su casa, se convirtió en enojo cuando muy temprano, cuando ya la hermosa luna había terminado su recorrido por el firmamento y el astro rey empezaba a enviar los primeros rayos, anunciando que era momento de apagar los focos para ahorrar luz, Everegildo salió para dirigirse a su trabajo y su sorpresa fue mayúscula, no podía creer lo que sus ojos observaban: como de metro y medio de la fachada hacia abajo se encontraba toda pintarrajeada, los garabatos abundaban. Llamó a Luviana y hasta sus hijas se levantaron a ver qué sucedía, todos estaban atónitos, algunos miles de pesos que se habían gastado eran como si los hubieran echado a la basura, esa era la realidad, alguien había hecho la maldad sin importar el esfuerzo del hijo para querer que su casa quedara bien, sin importar el esfuerzo de Everegildo y de toda la familia……,.,…


Casos como el anterior abundan, los llamados grafitis no respetan si lo que rayan o pintan es cantera como, hace algunos años en el Palacio Federal de Zamora, si es un KIOSKO como el de la plaza principal de Jacona, si es la barda de una escuela, si es el puente peatonal de la calzada, si es un templo como La Purísima, si es una banca de la plaza como en Ixtlán, si es un hospital o una casa particular, para los amantes de pintar nada importa. No voy a polemizar si lo que rayan o pintan es un arte urbano, eso que otros lo hagan, pero sí se debe considerar que lo que hacen esas personas afecta a muchos que con esfuerzo pintaron una barda o la fachada o que los gobernantes hayan destinado cantidades para pintar y ahora resulta de que hay que volver a destinar recursos que podrían destinarse a otras cosas. Las autoridades municipales harían bien en dialogar con esas personas y destinar espacios para que ahí pinten, para que ahí manden sus mensajes, para que ahí den rienda suelta a su imaginación, todo con el fin de que tengan respeto por edificios públicos y casas particulares.

 

 

 

 

 

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