El dulce, en todas sus manifestaciones, ha sido desde tiempos remotos, del agrado de la humanidad, hasta películas se han filmado en torno al chocolate; sin embargo, su consumo en abuso, además de agradar al paladar, con el tiempo se transforma en un elemento perjudicial para la salud, como principal causa del surgimiento de terrible enfermedad que nos lleva hasta la muerte, cuyo fatal camino inicia con padecimientos que aterrizan en la amputación de dedos, pie y pierna, siempre y cuando no se atienda de manera oportuna , ni se lleve un orden alimenticio. Tal enfermedad es conocida como Diabetes tipo 1 y 2, según el rango al que llegue quien la padece.
Para quienes tienen diabetes, resulta totalmente dañino el consumo de azúcares que se encuentran en el chocolate, dulces, golosinas, pasteles, postres, refrescos, jugos, galletas, pan, frutas, postres; así como en alimentos saturados en grasas, por lo que, de la noche a la mañana, de manera totalmente obligada se tiene que observar un cambio alimenticio totalmente extremo, que es resentido por el cuerpo, acostumbrado al consumo de azúcares.
Cómo no recordar los tiempos infantiles, de adolescencia, juventud y al principio de la edad adulta, cuando disfrutaba de todo lo dulce que llegara a mi boca, y la inmensa alegría de consumirlo; sufriendo de inicio el famoso fenómeno de la “muela picada” y el dolor que cusa, concluyendo en la temida visita al dentista.
Felices fiestas del Día del Niño, las posadas navideñas, cumpleaños y día del Santo, con el consumo de dulces, galletas, pastel, aguas frescas y refrescos; sin imaginar el deterioro en la salud que con la edad nos llega, haciendo penosa la vejez.
En la edad adulta trabajé en las embotelladoras de refresco Coca-Cola y Aga de Michoacán, primero como obrero, después como auxiliar de Control de Calidad, luego como Jefe de Línea y posteriormente como Jefe de Turno. Una de mis responsabilidades era realizar la prueba de sabor del producto que se elaboraba, cada 15 minutos, lo que hice durante una década; ello nos da una idea de la gran cantidad de azúcar que consumí, como lo hacían también, el Superintendente, el Jefe de Mantenimiento, el Jefe de Producción, el Jefe de Línea, el Jefe de Turno, y el Mecánico de Línea, así como el Maquinista, todos con la responsabilidad de velar por la responsabilidad de embotellar un producto con calidad. Al constatar el sabor sabíamos que el grado brix (azúcar en el producto) y la carbonatación eran las adecuadas.
Siempre me pareció que el azúcar era demasiada, pero esa era la norma. De manera científica lo comprobábamos usando hidrómetros y manómetros. Lamentablemente, muchos ex compañeros de trabajo en esas embotelladoras en Jacona, perecieron como consecuencia de la diabetes.
La vida continuó, ingiriendo azúcares, como el piloncillo, tanto como alimento, como de manera furtiva ante la necesidad de comer algo dulce cuando era niño; el caso es que, desde pequeños, el deterioro del cuerpo humano se va dando de manera inevitable.
Comer caña, naranja, piña, era un lujo, pero de alguna forma nos las ingeniábamos para disfrutar su dulzura, incluyendo la miel de abeja.
Desde la juventud, hasta la edad madura, se descubren otros “atractivos” mayores, causales éstos de adicción, como lo es el alcohol, también en todas sus presentaciones, desde el rompope, pasando por los “borrachitos” (dulces cubiertos con azúcar y alcohol), toda una bomba para la salud, porque también van directo a la sangre, acompañados por triglicéridos y colesterol causados por el excesivo consumo de alimentos grasosos, que incrementan el daño en el organismo, presentándose enfermedades graves que provocan el cambio de vida, como lo es la disfunción eréctil, criminal, porque representa un duro golpe para el machismo.
Para recuperar la calidad de vida, necesariamente se debe dar calidad alimentaria, pero principalmente abandonar los vicios, pues de otra manera la vida deja de serlo, causándose además, la consecuente tristeza de familiares y amigos.
Han transcurrido ya 24 años, después de vivir la famosa “vida loca”, producto de la ignorancia y el desorden propio de la irresponsabilidad, cuando me enteré que se había manifestado en mí la diabetes, que me estalló como una bomba surgida desde el interior de un sorpresivo torbellino.
Cierto día, cuando el consumo de azúcares y alcohol llegó al punto en que estalla en el cuerpo, ya como enfermedad, me encontraba disfrutando de un domingo familiar, sentado en un sofá con mis cuñados y hermanos; veíamos un cotejo de futbol, cuando de pronto me dieron ganas de orinar, y una, y otra, y otra vez más, en abundancia. Al mismo tiempo mis labios se resecaron de manera violenta y tenía mucha sed, a pesar de que en ese momento le mordisqueaba a deliciosa sandía; se me acalambraron los pies. Uno de mis cuñados es médico, fue a su auto y sacó un aparatito con el que me extrajo una gota de sangre de mi dedo pulgar, que impregnó una tira reactiva y la introdujo en el llamado glucómetro, arrojando como resultado el número ¡460!
Su rostro dibujó una mueca de sorpresa y me dijo: “Hay cabrón, no maaanches…” Y tras pedirme que ya no le mordiera a la media luna de sandía que saboreaba, me llevaron enseguida de manera urgente al IMSS, donde solamente me confirmaron mi ingreso al mundo de los diabéticos. Recuerdo que el doctor, de tipo bonachón, me dijo: “No se me asuste mi amigo, usted morirá de cualquier cosa, menos de diabetes; con las indicaciones que se le darán usted podrá tener una calidad de vida mejor que la lleva hasta hoy. No se me deprima…”
Y así fue, pero en los primeros meses no recibí con agrado el cambio de rutina alimenticia, ni el dejar atrás las bebidas “espirituosas”. Sí hubo un cambio, pero no como debería ser, tal vez por la falta de entendimiento, por el valemadrismo, por machismo mal entendido, o por lo que sea, hasta que con el tiempo (no mucho), bajé de pesos en forma por demás alarmante, de 86 kilos de pronto la báscula empezó a señalar 56. Mi cuerpo enflaqueció, mi rostro palideció. Las muestras de lástima se empezaron a manifestar, hasta hubo quienes se despidieran prácticamente de mí, con atenciones por demás lastimosas. Ya me veían ocupando el espacio de un ataúd y hasta olían el olor a cirio consumido mezclado con el de las flores, que no se entregan en vida, pero sí cuando surge la muerte.
La ocupación, con un sentido de preocupación por parte de mi familia, fue un factor determinante para dar inicio a los cuidados con mayor intensidad, con cierta constancia, alejándome del consumo casi definitivo de bebidas embriagantes, que dejé atrás y al mismo tiempo el uso del tabaco, lo que me significó un ahorro económico muy importante. Dejé atrás bares y cantinas, trasnochadas desvelosas, lo que fue del agrado de quienes compartían conmigo los tiempos presentes en su momento.
Y hasta me di el lujo de buscar nuevos rumbos, conquistando amigos superiores a mí en conocimientos y costumbres más benéficas, propias de un buen vivir. Dediqué más tiempos para mi familia, en el hogar; me sumergí en el riachuelo de la lectura y en el mar de la escritura, provocando cambios de actitud que han sembrado tranquilidad, con cosechas bondadosas.
Y aun así no se acaba de entender, ni de aprender la lección, toda vez que se deben acatar nuevas costumbres y mejores actitudes, porque la dieta alimenticia y la eliminación de excesos, resultan vitales para dar pelea férrea a la diabetes que, lamentablemente, ahora también se presenta en los infantes, que desde niños se ven privados del deleite del azúcar y las grasas, de las harinas…
Hoy, 23 de enero de 2023, regreso al trabajo después de once semanas en las que luché contra tres lesiones surgidas en el pie derecho, como consecuencia del famoso pie diabético, provocadas por la elevada concentración de azúcar en la sangre, contra la que se dio terrible batalla para controlarla entre el rango de 70-110; gracias a la oportuna intervención de mi nuera Lupita y de mi hijo Arturo (ambos galenos), agregándose la ocupación de mi esposa, de mis hijos y nietos, sumándose múltiples recomendaciones de resto de familiares y de amigos (en persona, por teléfono y redes sociales), con oraciones y buenos deseos; con apoyo de compañeros de trabajo.
La inevitable visita al ISSSTE no se hizo esperar, así como al Hospital Santa María. De entrada, lo primero que opinaron los doctores del ISSSTE, fue la programación de intervención quirúrgica para amputar uno de los dos dedos lesionados; luego me surgió otra lesión arriba del tobillo. La acción de mi hermana Adelita, enfermera estudiosa con diplomado en la atención de lesiones del pie diabético, fue constante durante once semanas, cinco de las cuales con curaciones todos los días, luego cada tercer día y finalmente cada quince días, hasta que me dio de alta el pasado viernes 20 de enero. Vital resultó la opinión de médicos y doctores, así como de enfermeras de la institución de salud.
El consumo y uso de medicamentos especiales para reducir la infección, fue terrible para mi estómago y cerebro, toda vez que me causaron mareo, vértigo, nauseas, vómito y diarrea, que me impedía tan siquiera salir de casa durante las primeras seis semanas. Salía únicamente para acudir al ISSSTE a curaciones; lo hacía con el apoyo de mis hijos, esposa y hermana Adelita.
Fueron días de no salir de casa, luego salía sostenido por un bastón, a paso lento que provocaba miradas lastimosas de la gente; días decembrinas sin posadas, sin atoles, ni alcohol, ni aguinaldos; sin rosca de reyes en mi paladar, pero con la glucosa controlada, lo que coadyuvó en la sanación de mis lesiones.
Ahora lo que resta es seguir con la dieta, evitar consumir azúcar en todas sus manifestaciones, y si acaso se presenta, hacerlo con moderación.
Agradezco a todos los que me apoyaron con su buena vibra, con sus oraciones y buenos deseos.
Ahí les dejo ésta crónica de un diabético, para quien desee evitar caer en éste error alimenticio de los humanos, cuidándose de no caer en los excesos en el consumo de azúcares y bebidas alcohólicas, si es que desean también, mejorar su calidad de vida y vivirla un ratito más si causar lástimas.
Edición: Leticia E. Becerra Valdez
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